sábado, 11 de agosto de 2012

En defensa de las emociones

En Ifigenia en Forest Hills. Anatomía de un asesinato (Debate), leído de un tirón una noche de caluroso insomnio, la periodista Janet Malcolm cuenta la historia de un juicio sucedido en 2007 en EEUU. La acusada es una judía bujarí, Mazoltuv Borujova, a quien se le carga el homicidio de su marido, Daniel Malakov. El móvil, al parecer, es la custodia que ha conseguido este de la hija de ambos, Michelle, de cuatro años. El ensayo, riguroso y conmovedor, pone sobre la mesa la deficiencia de los juicios y cómo los jurados, por ser humanos, cometen fallos basados en las propias experiencias que tienen quienes lo conforman.

No obstante, lo que más me llamó la atención de la historia fue cómo los estereotipos culturales aún  determinan nuestras decisiones. Durante todo el juicio, la defensa de la mujer expone los posibles abusos sexuales que ha cometido el marido sobre su propia hija. Tocamientos y besos en la vagina. Todos se contestan por el fiscal como "una muestra de cariño" hacia la niña. Por el contrario, la acusación se encarga de crear una imagen de la mujer basada en su comportamiento emocional: es manipuladora, obsesiva, controladora y arrebatada. Emociones frente a hechos constatados. La mujer, emocional (y en eso está su error). Por supuesto, el jurado cree al fiscal y no deja un resquicio a la defensa. ¿Abusos sexuales? No, ella es la mala, que es una histérica.

Precisamente esta semana tuve un debate con una colega en la que hablábamos de la censura cada vez más abierta hacia la emotividad femenina. La charla llegó a raíz de una entrevista que publicó El País a la entrenadora de natación sincronizada, Ana Tarrés, en la que su titular era 'He creado al equipo con parámetros machistas". Durante toda la conversación, la entrenadora insistía en que había querido doblegar las emociones de las nadadoras para que se mantuvieran más ¿racionales? ¿o masculinas es lo que quería decir?. Un terrible topicazo tras otro que, sin embargo, parecen más en boga que nunca: la mujer es emotiva, ergo histérica y eso no le hace triunfar. El hombre es más racional, menos emotivo, y ahí está su victoria. Un argumento que, terriblemente, compran hasta las propias mujeres.

Aunque mi amiga discrepaba de mí (al final, no obstante, parecimos llegar a un acuerdo en que tantos hombres como mujeres somos emotivos y racionales, perogrullada al fin y al cabo), la entrevista y charla me llevó a pensar en otro libro muy criticado por cierta corriente feminista: Capital erótico, de Catherine Hakim. Yo no estoy muy de acuerdo en algunos de sus postulados, pero sí en que la mujer tiene un poder erótico y sensual que no está al alcance del hombre y que si lo utiliza podría conseguir muchos objetivos. Sí, hasta un puesto de trabajo. Muchas mujeres identificaron esta teoría como el típico "trabajito sexual" para conseguirse al jefe (un tío, por supuesto). También calificaron el argumento de Hakim como algo ya superado por la liberación sexual. Yo no lo veo así. Al contrario, como ocurre con el tema de las emociones, ¿por qué hay que censurar la belleza de la mujer y su coquetería? Es más, ¿por qué eso es malo? ¿Hay que ir hecha unos zorros, vestir sin marcar curvas porque así te tomarán más en serio? ¿No puede una mujer llorar tampoco? ¿No puede mostrarse arrebatada? Y que conste, eso tampoco es ser una histérica ni tampoco que no sepa cuándo y cómo ha de dominarse.

En estos tiempos de gallardonismo cavernícola, donde creo que están en juego otros derechos mucho más importantes logrados durante tantos y tantos años de lucha, me parece más pertinente que dejemos de coartar (aunque sea sibilinamente) ciertas conductas o comportamientos de las mujeres. Dejad que nos riamos y lloremos. Dejad que salgamos a la calle con los labios pintados y minifalda mientras levantamos esas pancartas que ahora vuelven a ser más necesarias que nunca. A vosotros, chicos, no se os ha permitido llorar durante siglos. No cometamos el mismo error. No seamos todos robots futuristas a lo Marinetti ni esas estatuas hieráticas que tanto admiraba Hitler. 

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