viernes, 16 de enero de 2009

El extrarradio te mata

En 1961, Richard Yates (1926-1992) publicó Vía revolucionaria, libro con el que fue finalista del National Book Award, - recientemente reeditado por Alfaguara- y con el que ahora el director de cine británico Sam Mendes ha elaborado una película (Revolutionary Road) que ya le ha valido un Globo de oro a la actriz Kate Winslet. Y que va directa a brillar en los Oscar (y en la taquilla). Es posible que Mendes, creador de American Beauty, entre otras, haya dirigido una buen film, pero el verdadero mérito se lo debe a la pluma del escritor norteamericano.


La novela está ambientada en los años 50, en una de las nacientes urbanizaciones del extrarradio neoyorquino (Revolutionary Hill Road) que tan bien brillaron en las películas technicolor y buenistas de Doris Day y Rock Hudson. Sin embargo, Yates le quita todo el arco-iris a la historia y coloca en una de esas casitas de pladur y jardín a una joven pareja – Frank y April Wheeler-, que simbolizan cómo ese mundo -que hoy está teñido de Ikeas, Mercadonas, Carrefours y grandes avenidas-, puede destruir los más nobles y fervientes sueños ‘revolucionarios’.



Los Wheelers son una pareja magníficamente creada que resume ese triste camino en el que dos jóvenes intelectuales pasan de compartir un colchón maloliente en un cutre apartamento de Nueva York, donde todo eran grandes conversaciones sobre cómo ellos serían diferentes a todas las parejas que se acomodan, a tener una casa con niños y un trabajo de oficina de 9 a 5 que no les gusta. El conflicto en la novela llega cuando Yates les obliga a enfrentarse a esto. Además, el escritor convierte a ella en la heroína: “Frank vamos a Europa para que puedas cumplir tu sueño (...) Llevas años trabajando como un perro en algo que no quieres”, le suelta tras una noche de amor que ella ha preparado con toda la intención. April Wheeler se desvela así como “una verdadera hembra” en contraposición a “una mujer femenina”, según llega a describirla otro de los personajes secundarios de la historia. Ella, como una desencantada Madame Bovary con maneras de Ava Gardner, es la que se ha dado cuenta de la vacuidad acomodaticia en la que se han sumergido (y que hoy, en pleno siglo XXI parece correr a pasos agigantados). Yates, al que le gustan los personajes femeninos con olor a nicotina que no soportan que su vida sea un infierno (Las hermanas Grimes), destroza a la Doris Day de turno.



Si los Wheelers son el pilar central de la novela, los secundarios son muros de carga y no se pueden tirar. Sin ellos, tampoco habría novela. Desde los amantes de ambos, que tienen el penoso papel de estercolero de sus sentimientos (su vida en el extrarradio es demasiado triste para soportarla en pareja), a las familias que también pululan por la avenida Revolutionary, y que actúan como una proyección futura de los protagonistas. Ahora bien, entre todos ellos destaca John Givings, un loco que como buen Quijote sabe poner los puntos sobre las íes: “¿Qué pasa? ¿Resulta que al final es más cómodo estar en esta irremisible vaciedad?”. La urbanización te quita tu máscara revolucionaria.


Los Wheelers son dos personajes enfermos. Frustrados por una sociedad que les ha llevado a plantearse si realmente lo moral, lo ético, es lo convencional, y todo lo demás una locura inmoral (y si quizá ellos sean los locos). “¿Moral y convencional no significan en realidad la misma cosa?”, se pregunta April. Tener una casa con jardín en una urbanización, un coche, e hijos es lo que la sociedad ha decidido que está bien visto después de la II Guerra Mundial. Todo lo contrario (incluso el aborto, tema que también se plantea en la novela) forma parte de lo abyecto. En los años 50 en EE UU, y hoy en cualquier parte del mundo occidental.

Via revolucionaria es, sobre todo, una novela llena de grandes diálogos. A veces muy violentos, pero otras tantas llenos de una ternura que provoca la sonrisa en el lector. El problema es que como todo diagnóstico peliagudo, la mueca al final es de una tristeza infinita. El sistema es demasiado fuerte.

Hace unos días pasé con el coche por el nuevo PAU de Vallecas (otras manera de ir por allí es casi imposible). Parecía una zona cero: lleno de enormes edificios, con grandes calles y muchas moles comerciales, sí, pero aquello carecía de vida. Ni un alma por las calles, ni un bar con su pestilente humo, ni un niño jugando. Pensé en los Wheelers que habría allí metidos. Me dieron una enorme lástima. Si este es de verdad el verdadero sueño para vivir, a mí que me despierten.

No hay comentarios:

Publicar un comentario